lunes, 21 de noviembre de 2011

La Calleja de las Flores - Borrador II

Esto es parte de una práctica de mi máster, solo en una sinopsis, pero pido opiniones y trolleos varios. Muá




Córdoba, España. Son los años ’50. En el lado sur del Guadalquivir, la zona de Miraflores, vive Miguel, 20 años, hijo de Rafael el panadero. Son una familia humilde rodeada por circunstancias familiares pesarosas dentro de un barrio con problemas de conducta y mal vistos al otro lado del río.
En la judería, en la calle Velazquez-Bosco vive Marta, 17 años, hija de Acisclo, un señor importante en la ciudad pues es dueño de varios talleres de repujados de cuero y cordobanes. Amigos de la familia Romero desde varias generaciones, poseyendo algunos cuadros de un antiguo amigo del abuelo, Julio Romero de Torres.
Marta quiere vivir por su cuenta y decide trabajar vendiendo dulces y pan en una pequeña tienda cerca de casa. Sus padres no lo toleran al principio, porque no quieren que salga de casa. Aquí se empieza a vislumbrar que algo raro ocurre, hay un secreto oculto en Marta. Pero consigue convencerlos y trabajar.
Así es como se cruza en la vida de Miguel, pues junto con su padre, cruzan el río suministrando productos a la repostería de Marta.
Flechazo a primera vista, rápidamente comienzan a intercambiar pequeñas frases en los momentos en que se cruzan hasta que un día, Marta decide pedirle al chico que se encuentren cerca de la rueda del Molino de agua, no sabría cuando sería el día oportuno, así que se lo haría saber colgando en la pared de la calleja contigua un pequeño macetero, cuando hubiera rosas, sería el día indicado. Una idea perfecta, pues el chico pasa por ahí siempre acompañando a su padre con la carreta del pan y demás.
Llega el momento, y se encuentran, cuando Miguel cruza el río ella ya estaba allí, bellísima a la luz del ocaso. Hablan y se nota que se enamoran, pero a ella la frena algo muy importante, su secreto. Él le dice que le encanta su olor, una mezcla entre rosas, azahar y pan recién echo. Esto se convierte en su seña, y cada vez que, por la calle, o haciendo la entrega a la panadería, lo huele, aparece ella detrás. Se besan. Justo entonces, ella se da cuenta de que se ha hecho de noche, y tiene que irse. Sin más, sale corriendo y desaparece. Miguel se queda allí, perplejo, y poco después, va “flotando” a casa. 
Repiten lo mismo algunas veces, hasta que una tarde, justo cuando anochecía, aparece el hermano de Marta, Acisclo (como su padre), y le echa una reprimenda enorme, pues no debería estar en la calle a esas horas. Es muy peligroso para ella. Miguel, indignado, le dice que la protegería de cualquier cosa. Acisclo lo mira, lleno de ira, pero se lo piensa mejor, y con palabras de pena le dice que “Lo se, lo veo en tus ojos, pero aléjate de ella, es lo mejor”. 
Al día siguiente, no la ve en la panadería, al siguiente, tampoco, y los dueños parecen un poco enfadados. Miguel consigue oír parte de una conversación entre la panadera jefa de Marta y otra señora “...no se, su padre vino un día muy serio a decirme que su hija no volvería a trabajar aquí. Y que si ella misma se presentaba, que la mandara para casa enseguida... Como si mi panadería fuera para la chusma de Córdoba, ¡Habrase visto!...”
Miguel, que se temía que Marta estuviera encerrada, esa conversación le hizo pensar que quizás si ella escapaba para poder trabajar, pasaría por la calleja, y vería la maceta. Así que, día tras día, el chico dejaba una rosa en la maceta, y por las tardes pasaba por la rueda del molino. Pero ella no se presentaba. Llenó el macetero y colgó otro, que también llenó. A las semanas, varios maceteros adornaban la calleja. Semanas que el rellenaba con el trabajo, la visita al molino, y algunos amigos que intentaban animarlo y hacerle desistir en su empeño.
Un día, el último día que Miguel iba a poner una última rosa, justo cuando soltaba la flor, le llegó el olor. Rosas, azahar y pan recién hecho. Se giró esperanzado. Allí estaba la madre de Marta, Victoria, su hermano Acisclo estaba detrás, lejos, como si él no hubiera tenido nada que ver. La madre cogió entre sus manos las de Miguel. “¿Eres tu, verdad? Eres Miguel. Y esa pared... esa pared ha mantenido a mi hija todo este tiempo.” Miguel, extrañado, pide explicaciones. La madre confiesa la historia, Marta padece de una enfermedad que la debilita día a día, y que el poder ver cómo se llenaba la pared de maceteros con rosas conseguía que ella se llenara de ganas de vivir. 
Debía verlo enseguida, así que lo invitaron a casa. Ella estaba en cama. Hablaron y hablaron, y se prometieron que en cuanto no cupiera un macetero más en la pared, ella ya estaría completamente sana. Ésta reunión tuvo que hacerse a escondidas del padre, Acisclo, que no vería con buenos ojos la procedencia humilde del chico. La madre en un principio era igual, pero tras una discusión de familia, el hermano consiguió convencer al menos a la madre del buen corazón de Miguel.
Y así transcurrieron los días, apenas si quedaba espacio, así que pronto estaría llena la pared. La joven Marta empezó a dejar la cama y a sentarse junto a la ventana a los pocos días, un ratito, cada vez más tiempo. Pero al mismo tiempo, discusiones con su padre la parecían apagar. Ora con fuerzas e ilusión, ora con tristeza y apagada.
Hasta que, el último día, Miguel fue a dejar la última rosa del último macetero, apenas si cabía la flor. Cuando le llegó el olor, rosas, azahar y pan recién hecho. Sonrió para sí antes de girarse...
...y fin.

2 comentarios:

  1. Es una historia preciosa, y puede que gracias a Miguel, desde aquel entonces la gente llene las paredes de la judería y sus patios, de maceteros llenos de flores...

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  2. Genial, tu sabes que siempre mi opinión ha sido que tienes talento... Y lo estás demostrando nene, me ha encantado, pero quiero ver que pasa al final!!! :)

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